7 Junio 2020 – Domingo de La Santísima Trinidad

Hoy celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad: tres personas en un solo Dios.  Es un día que reflexionamos sobre nuestra imagen de Dios.  ¿Quién es Dios para ti?  Esta pregunta es importante ya que nuestra idea– percepción de Dios determina cómo nos relacionamos con él.  A menudo, la percepción que las personas tienen de Dios no concuerda en la forma en que Dios se revela a sí mismo.  Algunos lo ven como un tirano malo que espera atacar nuestros errores, mientras otros lo ven como un holgazán liberal que permite cualquier transgresión en la que uno decida involucrarse.

 

En las tres lecturas de hoy, Dios se muestra a sí mismo como “un Dios misericordioso y amable, lento para la ira y rico en bondad y fidelidad”.  Un Dios que amó tanto al mundo que entregó a su único Hijo.  Un Dios que es amor y paz.  Un Dios que siempre nos busca a nosotros, sus hijos.

 

Queridos, como nos dice San Pablo en la Segunda Lectura, el amor de Dios, exige una respuesta de nuestra parte.  El amor es lo que define la relación trinitaria y eso es lo que celebramos hoy. Como nos dice San Pablo, respondemos “trabajando para alcanzar la perfección”.  Eso significa permitir que nuestras vidas se ajusten estrechamente a las de la Trinidad.  En el Evangelio, se nos advierte que quien no cree ya ha sido condenado por no haber creído en el Hijo único de Dios.

 

Una forma práctica de reparar nuestras vidas es vivir y buscar la paz los unos con los otros como lo exige Pablo. Cada uno de nosotros debe ser un mensajero de paz en la familia y la sociedad quebrantada de hoy a través de nuestras acciones personales que brindan caridad, paz y alegría a nuestros vecinos y amigos.  Estamos, como la Trinidad, para poner el bien común por encima de nuestras preferencias personales.  Hoy, cada uno de nosotros necesita reflexionar y vivir la oración de San Francisco, la plegaria personal de su vida:

 

“Señor, haz de mi un instrumento de tu paz. Que allá donde hay odio, yo ponga el amor. Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón. Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión. Que allá donde hay error, yo ponga la verdad. Que allá donde hay duda, yo ponga la fe. Que allá donde hay desesperación, yo ponga la esperanza. Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz. Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría. Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar, ser comprendido, cuanto comprender, ser amado, cuanto amar. Porque es dándose como se recibe, es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo, es perdonando, como se es perdonado, es muriendo como se resucita a la vida eterna.” Amén.

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