6 Septiembre 2020 – Vigésimo Tercer Domingo del Tiempo Ordinario

En las lecturas de hoy, el Señor nos recuerda la importancia de ser miembros de una comunidad.  Él nos dice en el evangelio, donde dos o tres están reunidos en su nombre, él está en medio de ellos.  Es importante que cada uno de nosotros tomemos en serio este mensaje del Señor, especialmente hoy en día, cuando el mundo nos presenta el excesivo individualismo y el egoísmo como la forma ideal de vivir.  Según el mundo, el mantra es: vive y disfruta en tu espacio privado y nunca permitas que nadie más se acerque o sea molestado por ellos.

El Señor quiere recordarnos una vez más que no nos creó como mónadas solitarias en nuestras islas privadas, sino como hermanos y hermanas cuyas vidas están destinadas a tocarse unos a otros.  Él quiere que vivamos la plena implicación de esta verdad; que todos estamos conectados entre nosotros. Por lo tanto, todos deben preocuparse por el bienestar de los demás.  Debemos ser particularmente solícitos por el bien de nuestro prójimo, especialmente por su bienestar espiritual.

En la primera lectura, se advirtió al profeta Ezequiel que si fallaba en decirle y disuadir a un malvado de sus malos caminos, sufriría por esa negligencia.  En nuestras interacciones con nuestros vecinos, ¿defendemos la verdad?  Recuerde, nuestro enemigo el diablo siempre trata de persuadirnos de que no tomemos los pecados en serio. Nos dice que merecemos ser felices y que no existe el bien y el mal absolutos.  Por eso nos resulta difícil condenar el mal cuando lo vemos.

A cada uno de nosotros se nos ha dado esa sirena en nuestro corazón: el Espíritu Santo, que nos recuerda lo que está mal y lo que está bien.  ¿Le escuchamos?  En el evangelio, el Señor dice que si nuestro hermano o hermana ha pecado contra nosotros, tratemos de corregirlos, integrando a la persona en la comunidad.  Esta admonición nos desafía hoy en día, donde cuando alguien hace algo malo contra nosotros, en lugar de integrar a la persona, hacemos que la persona sea odiada también por nuestros seres queridos y amigos.  Queremos que aquellos que no están en buenos términos con nosotros también sean despreciados y desagradables por cualquier otra persona.  No podemos hacer eso ya que, como nos dice Pablo en la segunda lectura, no le debemos nada a nadie, excepto amarlo.

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