31 Mayo 2020 – Domingo de Pentecostés

Hoy celebramos Pentecostés: el descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles, que es el nacimiento de la Iglesia.  Las lecturas de hoy se refieren a la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas.

En los Hechos de los Apóstoles, el Espíritu Santo llenó los corazones de los apóstoles y les hizo hablar en un lenguaje universal entendido por todos: un lenguaje de unidad.  La unidad, como un regalo importante del Espíritu Santo, es lo que vimos escuchamos en la segunda lectura también.  Como dice San Pablo, “Hay diferentes tipos de dones espirituales pero el mismo Espíritu”.

De uno de los antiguos autores cristianos hemos escuchado  “Quien había  recibido el Espíritu habló en todo tipo de lengua … ya que es el mismo Espíritu Santo por quien el amor se derrama en nuestros corazones”.

Queridos, ¿podemos hacer una pausa en esta declaración?  ¿Qué está pasando en Estados Unidos hoy?  ¿Por qué la simple afiliación política de azul y rojo, por ejemplo, se ha convertido en un instrumento de odio y animosidad?  ¿Por qué el color de la piel a veces es una insignia para la vida o la muerte?  ¿Por qué estamos divididos en ideologías mundanas extremas de conservadores, liberales y así sucesivamente?

Es obvio que cualquier mente que discierne correctamente ve que hay tanta división y odio en nuestra sociedad estadounidense hoy.  Queridos, el Espíritu Santo es un Espíritu de unidad.  San Cirilo de Jerusalén dice que trajo una nueva vida a la humanidad en Cristo.

¿Podemos permitir que la nueva vida del Espíritu nos posea hoy?  ¿Podemos permitir que el Espíritu Santo renueve, santifique y nos haga uno en Cristo?  Se supone que nuestras diferencias son nuestros regalos el uno para el otro.  Dios en su sabiduría infinita nos regaló a cada uno de nosotros de manera diferente y quiere que los usemos para construir tanto su Iglesia como su mundo.

Jesús, en el evangelio, sopló su Espíritu sobre sus apóstoles confiándoles el poder de perdonar pecados.  La obra del Espíritu Santo es santificarnos y protegernos del pecado.  Quiere guiarnos para que no caigamos presos del diablo.

Como dice San Ireneo, “Mientras que el diablo es nuestro acusador, el Espíritu Santo es nuestro abogado”.  El Espíritu Santo hizo que los apóstoles se convirtieran en “voceros e instrumentos elocuentes, valientes y dedicados de Dios”. Hoy, El Espíritu Santo quiere hacer lo mismo con nosotros.  Él quiere ser nuestro abogado.  ¿Podemos permitirle que nos guíe caminando bajo su sombra en todo lo que hacemos?

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