En la primera lectura de hoy, el profeta Isaías nos amonesta diciendo: “busquen al Señor mientras pueda ser hallado, llámenlo cuando está cerca”. El profeta en la primera lectura nos recuerda el mayor regalo que Dios nos ha dado, que es el “tiempo”. Como dice el libro del Eclesiástico, “hay tiempo para todo: tiempo para plantar y tiempo para recolectar”. El viaje de nuestras vidas es un tiempo de siembra, mientras que nuestra muerte venidera es el de cosechar. En el evangelio, Jesús comparó el reino de Dios con un propietario que empleaba obreros en su viña. No importa cuándo se contrató a un trabajador, lo único que importa es que haya trabajado.
Queridas hermanos y hermanas, ahora es el momento de trabajar en la viña del Señor y no mañana. Como nos recuerda Martin Lutero, “nuestro tiempo en la tierra es neutral; se puede usar de manera destructiva o constructiva y debemos usarlo de manera creativa sabiendo que ahora está listo para hacer lo correcto”. En nuestro bautismo, como los primeros obreros que hicieron un acuerdo con el propietario, cada uno de nosotros le prometimos a Dios que le perteneceríamos por completo.
Debemos hacer su voluntad e imitarlo, como el generoso propietario. Debemos mostrar amor a todos, independientemente de si lo merecen o no, debemos ser misericordiosos, generosos y perdonadores. No debemos ser como los trabajadores que fueron contratados temprano y al ver a otros no tan buenos o lo suficientemente devotos como creemos que somos, o que no se merecen tanto más de lo que merecen.
La pregunta para nosotros hoy es, ¿hasta qué punto hemos cumplido todas estas nuestras promesas bautismales? En este momento, no importa hasta qué punto lo hayamos hecho, sino que empecemos ahora. Dios no está interesado en el pasado sino en el ahora. Quiere que entremos inmediatamente en su viñedo de vida y comencemos a trabajar. Nuestro Dios es generoso y nos ofrece nuevas oportunidades para hacerlo mejor. Sin embargo, el problema es que si no nos ponemos a trabajar ahora, no estamos seguros de cuándo terminará el trabajo. No lo posponga más.
Debemos escuchar el consejo del profeta que pide que “el sinvergüenza abandone su camino y el perverso sus pensamientos y vuelvan al Señor”. San Pablo en la segunda lectura nos mostró un ejemplo perfecto con su vida. Estaba tan enamorado de Dios hasta el punto que no había diferencia entre la vida y la muerte para él, ya que de cualquier manera él pertenece al Señor. ¿Podemos, como San Pablo, enamorarnos de Dios hoy?