27 Septiembre 2020 – Vigésimo Sexto Domingo del Tiempo Ordinario

En la primera lectura, el profeta Ezequiel nos exhorta a asumir la responsabilidad de nuestras acciones y detener el “juego de la culpa”.  Como los israelitas, a veces gritamos: “El camino del Señor no es justo” o “la sociedad tiene la culpa”.  La amonestación-consejo del profeta Ezequiel es importante para nosotros hoy en una sociedad que nos anima siempre culpar a los demás de nuestros problemas.  Hoy, alguien acaba siendo drogadicto, sólo es víctima y no tiene responsabilidad; alguien es pobre y la sociedad tiene la culpa; alguien está enfermo como resultado de su estilo de vida, pero… es por culpa de la sociedad.  Ya no hay responsabilidad personal.

 

Por supuesto, no quiero decir que todo sufrimiento de las personas sea el resultado de sus malas acciones; sin embargo, es importante señalar que muchos sí lo son.  El profeta nos recuerda que somos responsables de nuestras decisiones morales en lugar de Dios.  (repetirlo para que lo escuchemos bien) “Las decisiones que tomamos fomentan o dañan nuestra relación con Dios”.  Al tomar nuestras decisiones, Pablo nos recuerda en Filipenses que no se debe hacer por egoísmo o vanidad, sino por humildad y amor.  Jesús eligió la humildad sobre el orgullo.

 

Cuando nuestras acciones y decisiones surgen de la humildad y el amor, se alinean con la voluntad de Dios para nosotros.  Ser humildes nos hace conscientes de que somos criaturas que dependen totalmente de Dios.  Cuando hacemos cosas por amor, otras personas tienen prioridad en nuestras vidas y se vuelven primordiales en nuestros corazones, mentes y acciones.

 

En el Evangelio de hoy, el primer hijo cambió, se arrepintió y se fue al viñedo de su padre y trabajó. Eso es lo que el Señor nos pide que hagamos hoy.  Arremángate y ponte manos a la obra por amor a tu prójimo para hacer del mundo un lugar mejor.  ¿Estamos listos para eso?  ¿O seremos como el segundo hijo que tuvo todas las buenas intenciones, pero ninguna se puso en práctica?

 

Me encanta este poema que dice: “Tenía hambre y formaste un grupo de estudio para discutir mi hambre, fui encarcelado y fuiste a la iglesia a orar por mi liberación, estaba desnudo y debatiste la moralidad de mi apariencia, estaba enfermo y agradeciste a Dios por tu salud, yo estaba sin hogar y tú predicabas sobre el refugio espiritual del amor de Dios, estaba solo y me dejaste solo para orar por mí.  Pareces tan santo, tan cerca de Dios, pero todavía tengo hambre, estoy solo y tengo frío.”  Recuerde, como nos advierte San Agustín, “el camino al infierno está plagado de tantas buenas intenciones” pero de ninguna acción. Que El Señor Todopoderoso nos conceda la gracia de hacer todo con amor con El, por El y para El. Amén.g{e

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